Fragmento (Acto VI)
Entra Celestina en casa de
Calisto y cuenta lo sucedido con Melibea.
CALISTO: - Si no quieres
que me desespere, dime si tu vista tuvo un buen final.
CELESTINA: - Todo su mal
humor se convirtió en dulzura; su ira, en calma; su nerviosismo, en
tranquiidad. Pues ¿a qué piensas que fue allí la vieja Celestina?
Así que para que tú descanses te diré que todo acabó muy bien.
CALISTO: - Ya descansa mi
corazón. Siéntate, señora, que de rodillas quiero escuchar tus
respuestas ¿Qué razón diste para entrar en su casa?
CELESTINA: - Vender un
poco de hilo; de esta forma, he cazado a más de treinta mujeres de
su clase y algunas mayores. Escucha señor Calisto, y verás mi deseo
y tu encargo cumplidos. Cuando estaba poniendo precio al hilo, se
marchó la madre de Melibea y nos quedamos solas.
CALISTO: - ¡Oh, gozo sin
igual! ¡Cómo me hubiera gustado estar debajo de tu manto escuchando
sus palabras!
CELESTINA: - ¿Debajo de
mi manto dices? Te hubiera visto por los treinta agujeros que tiene.
CALISTO: - ¿Qué
hicisteis cuando os quedasteis a solas?
CELESTINA: - Le conté el
motivo de mi vista. Le dije cómo sufrías por oír una palabra suya
de amor. Cuando le dije tu nombre, no me dejó seguir hablando y me
llamó hechicera, alcahueta, falsa y otros muchos insultos. Pero
cuanto más se enfadaba yo más me alegraba, porque más cerca veía
su derrota. Entonces le dije que tu pena era un dolor de muelas, que
solo pedía una oración que ella sabe para esta enfermedad.
CALISTO: - ¡Oh
maravillosa astucia! ¿Qué otra persona sería capaz de inventar
otro remedio? ¡No hay mujer como esta!