martes, 16 de abril de 2013

MIO CID

Los guerreros de Mío Cid dicen a voces que abran,
pero están dentro con miedo, y no responden palabra.
Aguijó el Cid su caballo y a la puerta se acercaba;
el pie sacó del estribo y la puerta golpeaba.
Nadie la pudo abrir, que estaba muy bien cerrada.
Una niña de nueve años se acercó y así le hablaba:
«¡Oh Campeador, que en buena hora ceñiste la espada!
Abriros lo prohíbe el rey, anoche llegó su carta
con advertencias muy graves, con lacre real sellada:
bajo ninguna razón podremos daros posada;
nos quitarán, si lo hacemos, nuestros bienes y las casas,
e incluso nos sacarán los ojos de nuestras caras.
Si nos causáis este daño, oh Cid, no ganaréis nada.
Mejor que os ayude Dios con toda su gracia santa».
Y cuando acabó de hablar, la niña tornó a su casa.
Comprende el Cid que es del rey de quien ya no tiene gracia.
Y se alejó de la puerta, por Burgos veloz pasaba;
y llegó a Santa María: allí del caballo baja,
allí se hincó de rodillas, y emocionado rezaba.
Terminada su oración, el Cid de nuevo cabalga.

(Fragmento del cantar del destierro)

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